Un camino de cuentos (3.º premio 2003)

Lugo, España
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Descripción

Decía Ouspenski que en el mundo hay básicamente dos clases de personas: de un lado están los que no buscan nada en especial y de otro esa especie de piratas medio locos convencidos de que hay un tesoro oculto en alguna parte. Dejemos a los primeros tumbados delante del televisor. Los segundos no paran de buscar toda su vida.

La mayoría de las personas que alguna vez se lanzan a la aventura de recorrer más de setecientos kilómetros con un bastón y una mochila pertenecen a esta última clase de gentes. Piratas medio locos con la idea peregrina, nunca mejor dicho, de que alguna vez van a encontrar un cofre conteniendo alguna joya especial y maravillosa. Anteriormente han buscado en diversos lugares y muchos de ellos han encontrado pistas o poseen fragmentos del mapa que supuestamente conducen al tesoro que buscaban. En todos esos fragmentos podían leerse algunas palabras, anotaciones y nombres de lugares pertenecientes a una península situada en el Suroeste europeo. Curiosamente todas las localidades estaban junto a los caminos que conducían a una ciudad santa situada junto al fin del mundo para los antiguos, el finis terrae, Compostela. En cuanto les fue posible se pusieron a andar en los Pirineos, a donde llegan piratas de todas partes del mundo con la esperanza de encontrar nuevos fragmentos para recomponer el mapa que les haga dar con el cofre imaginario.

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De esa forma comienza el cuento personal de cada peregrino, sin saber muchas veces qué es lo que se busca, pero estando seguro de que algo va a encontrarse, y algo realmente importante. Los caminantes a lo largo de la peregrinación intercambiarán pistas entre sí hasta ir formando cada uno el rompecabezas del mapa individual del tesoro, ya que posiblemente cada uno encuentre un cofre con un contenido aparentemente distinto al que encontró el otro.

Ahora bien, ¿qué tesoro debe buscarse en el Camino de Santiago? Tal vez la primera respuesta a este enigma de piratas haya que intuirla en el significado profundo de otros cuentos infantiles: los cuentos de hadas.

En dichos cuentos se aparece un ser poderoso que con su varita mágica concede al protagonista la posibilidad de resolver todos sus problemas. Cualquier tesoro le será concedido con sólo pedirlo. Ya no hay por tanto nada que buscar, nada por lo que luchar, ningún mapa que recomponer, sino sólo reformular el gran deseo que colmará de dicha al afortunado personaje de la historia.

Pero, ¿qué sucede entonces? El protagonista del cuento siempre pide algo equivocado que no le hace feliz en absoluto. A veces el hada concede hasta tres deseos y el personaje se equivoca la primera, la segunda y la tercera vez, volviendo a una situación peor que al principio.

Estoy convencido de que la gran tragedia de la mayoría de los humanos es que no sabrían qué pedir si se les apareciese el hada de los cuentos infantiles. Se trata de responder a una pregunta clave en la vida: ¿Qué necesito para ser feliz? Parece una simpleza, pero el hombre que de verdad sea capaz de responder sinceramente a esta pregunta observará un prodigio de inmediato: en sus manos está la varita mágica. Se trata sencillamente de saber qué se quiere y luchar por conseguirlo.

Lo que pasa es que no es tan fácil dar con la formulación del gran deseo y nuestra mente anda siempre perdida y engañada entre falsas ilusiones y apariencias absurdas. La peregrinación es una forma de disciplina mental y psíquica que ayuda al hombre en primer lugar a desprenderse de todo lo que es innecesario, y en segundo lugar a establecer un diálogo interior al que el hombre moderno está muy poco acostumbrado. En ese diálogo interior el hombre deberá hallar respuestas a preguntas importantísimas. Es prodigioso lo que puede salir del interior humano cuando éste se desconecta del abrumador exceso de información a que actualmente está sometido. Hablar con uno mismo desde el amanecer, cada día durante varias horas, es el mejor libro de Sabiduría que puede leerse. Después vendrá el intercambio con los otros peregrinos, la confrontación de pistas a la que hacía referencia cuando hacía el símil de los piratas.

Así pues, muchos peregrinos, tras algunos días de marcha, comienzan a notar que la mochila va pesando cada vez menos, mejor dicho, que el corazón va ya sin mochila alguna. Esto sucede cuando los fragmentos del mapa comienzan a unirse de la única manera que pueden unirse: el intercambio. El peregrino descubre la generosidad de los otros y la suya propia, y esto es un paso decisivo para comenzar a comprender toda la clave del meollo. El Camino está lleno de gente dispuesto a ayudarse en cualquier momento, y cada uno comenta ese fenómeno a su manera. No es normal encontrar en la vida diaria tanta gente con tan buenas vibraciones. Algo pasa en el Camino, y los caminantes comienzan a recobrar el sentido mágico de la vida que habían perdido en su infancia. Una de dos. O se han vuelto como niños o lo fantástico existe en realidad. Muchos llaman a eso energía positiva. Otros lo llaman gracia santificante o gracia de Dios, pero con toda seguridad hablan de lo mismo. Es algo que en allí resulta más que evidente, maravillosamente degustable.

No es extraño ver a los peregrinos hablando de milagros como la cosa más normal del mundo. Suceden a menudo pequeños acontecimientos situados entre la poesía y el prodigio y se habla del Camino como de un ser vivo e inteligente ("el Camino enseña cosas, nos lleva, nos premia y nos castiga como un auténtico maestro.")

Todo esto, dirán algunos, se debe a un aumento de la sensibilidad y de la percepción en parte motivadas por el cansancio físico en los primeros días, pero cuando se ha superado la primera fase y se entra en Castilla, el proceso mental se va haciendo cada vez más reflexivo y sereno, y todas las ideas y experiencias que entraron en tromba en un principio tienden a sedimentarse. Resulta curiosos oír a algunos hablar de "la parte fea del Camino" refiriéndose a las inmensas, bellísimas llanuras castellanas. Pocas sensaciones he tenido más hermosas que el amanecer en la Vía Aquitana, con mi sombra alargadísima y perfectamente alineada con el Camino, ambos señalando inequívocamente al Oeste, al aún lejano Santiago, mientras una sinfonía de cantos de jilgueros acompañaba mis pasos. Por si fuera poco, en medio de la "parte fea" aparece San Martín de Frómista, auténtico Partenón del románico, canon perfecto de aquel estilos que tantas veces nos deja sorprendidos a lo largo del viaje.

Es precisamente esa parte central del Camino, entre Burgos y León, donde debe producirse el aterrizaje de nuestras fantasías, que venían tan revueltas como el paisaje y el clima de los comienzos. Al principio habíamos sido absorbidos y zarandeados no sólo por la fuerza del mundo exterior, sino por un pueblo como el navarro, tan lleno de contrastes que nos muestran a la vez su simpatía arrolladora y su locura política, la hermosa poesía de los auroros que cantan al amanecer en Estella y la inmunda grosería de las pintadas que invaden todo sin respetar siquiera sus monumentos. Pero el peregrino, que es hijo de las nubes sin patria y del azul sin fronteras, pasó por Navarra como hay que pasar: enamorándose de cada pueblo y de cada monte. Por eso sonrió cuando un paisano le habló de su libertad para aquellas tierras.

Por supuesto - le contestó - . Yo llevo una semana andando por aquí y me siento libre como un pájaro. Es lo que deseo para todo el mundo.

De esa forma tan simple el peregrino va resolviendo ciertos problemas que en su vida anterior le habían perturbado a veces. La mayoría de los temas con que normalmente nos atormentan los medios de difusión comienzan a verse con una cierta distancia que tal vez sea la antesala de la sabiduría. Es esa simpleza con la que contestó el astronauta Pedro Duque cuando le preguntaron cómo se veía la tierra desde el espacio exterior:

Sin fronteras- Fue su escueta respuesta.

Parece una idea peregrina, y resulta divertido el sentido peyorativo que la palabra tiene no sólo en el idioma español. El peregrino es un personaje mal comprendido y no me extraño en absoluto ver en Burgos una inmensa pintada en la que se leía: " PEREGRINOS, PAYASOS".

Pero hay algo que me sorprendió de aquellos payasos con mochila con los que por casualidad topé una vez hace ya bastantes años, cuando nada sabía del Camino de Santiago: la facilidad con la que sonreían, la sensación de envidia sana que me produjo pensar que había seres que parecían más felices que yo. Fue en un cruce con el Camino en que por casualidad bajé del coche a tomar una cerveza en alguna venta de la provincia de Lugo cuando los vi por primera vez.

Días más tarde vi aquellas mismas sonrisas elevadas a la inmortalidad de la piedra, esculpidas en el Pórtico de la Gloria por el genio del Maestro Mateo para gozo de tantas generaciones. Allí me ocurrió el primer milagro del Camino, mucho antes de iniciarlo. Mirando y remirando al profeta Daniel se me aparecieron todas las sonrisas de los rostros que he amado en mi vida. Siempre hay un misterio detrás de una expresión sonriente, y recordé la sonrisa de la Gioconda, la de mi madre, la apenas esbozada y oculta tras la lágrima de la Macarena sevillana, la de tantas Vírgenes antiguas y la de todos nuestros seres queridos a los que siempre queremos recordar con la sonrisa en los labios.

Era como unir dos fragmentos inconexos del mapa del tesoro en los que se completaba el sentido de dos palabras unidas: : sonrisa y Camino. El camino hacia el cofre de los piratas tenía que ser un camino alegre, pues se trataba de la idea más perogrullesca, simple y peregrina del mundo: la búsqueda de la felicidad.

Como diría Borges, el infinito azar o las precisas leyes quisieron que yo me encontrase aquel día al final de un camino lleno de gente que sonreía continuamente, que se daban abrazos en la Plaza del Obradoiro y que con su indumentaria de payasos parecían venir de vivir un cuento de hadas. Estaba claro donde había que buscar.

Ni corto ni perezoso llamé al hada madrina.

-¡Ya sé cual es mi deseo!-le grité alborozado-¡Quiero hacer el Camino de Santiago!
-Se me ha olvidado la varita mágica- dijo el hada con aire preocupado.
-No importa- la tranquilicé.- No me hace falta. Me basta con mis piernas, mis ganas y un cuaderno para hacer unas cuentas bastante fáciles.
-Me han dicho que es un camino muy largo y duro- comentó ella- ¿Sabes bien por qué quieres ir?
-Tengo dos motivos- le respondí- El primero es descubrir el secreto de las sonrisas del Pórtico de la Gloria.
-¿Y el segundo?- Inquirió con los ojos muy abiertos.
-El segundo es poder descubrir qué debo pedirte como deseo mágico para no equivocarme.

El hada se quedó pensativa y me lanzó la pregunta del millón:

-¿Qué ocurrirá si entonces se me olvida otra vez la varita?- Dijo astutamente.
-Que tampoco me hará falta- aseguré sin vacilar.

Hubo un largo silencio en el que mi hada madrina me dedicó una tierna y prolongada sonrisa que yo ya empezaba a comprender en su más hondo sentido. Por fin sus labios pronunciaron dulcemente:

-Que tengas buen camino. Ultreia e Suseia.

Y desapareció mientras me guiñaba un ojo en un gesto de complicidad.

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