Como flechas amarillas

Herbón, España
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Descripción

En primer lugar: hace unas semanas me piden que escriba un artículo para esta revista y siento sobre mí una responsabilidad añadida a lo cotidiano. Una responsabilidad añadida que me saca del anonimato y me compromete con lo que escribo, abriendo la discreción de mi vida a la participación social de tantos y tantas que caminan, buscan, leen, afrontan retos, se comprometen, comparten... Una responsabilidad añadida, condicionada por lo que es mi vida como hombre, como creyente y como franciscano. Una responsabilidad aceptada que me lleva a poner en juego el diálogo en todas las direcciones, la creatividad que supera lo preestablecido, la solidaridad como intercambio entre iguales que eso somos al fin y al cabo.

En segundo lugar: sin duda, que todo estará influido también por mi experiencia personal de buscador y peregrino.

Como flechas amarillas

La tercera indicación: mi primer impulso ha sido consultar notas, revisar libros, volver sobre artículos escritos casi como una necesidad propia del modelo científico, pero vencido el impulso permito al pensamiento, al afecto y a la voluntad que abran mi cuerpo a la reflexión y la vida, convirtiéndome al mismo tiempo en discípulo y maestro de esta mayéutica propia del "camino".

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Finalmente: el Camino de Santiago ha sido experimentado por muchos, hombres y mujeres, como una metáfora de la vida y deseo que esta metáfora guíe la reflexión que sigue tratando de conjugar en la vida del lector, y también en mi vida, el pasado, el presente y el futuro como una guía de esta narración sencilla.

Generar ilusión
Cuando venimos a la vida todo se debate entre dos mundos, permanecer dentro o salir afuera. Durante la gestación de la vida, y de las ideas también, nacen ilusiones y esperanzas al lado de temores y dudas que conviven con cierta incomodidad hasta encontrar la armonía que les permita avanzar sin necesidad de eliminarse las unas a las otras. En algún momento la ilusión y la esperanza son capaces de liderar ese avance produciendo una primera impresión de "misión cumplida" silenciando temores y dudas que irán adquiriendo, paso a paso, el formato de interrogantes y preguntas.

En la experiencia de todos está establecido que no se trata de nada cerrado, que las ilusiones engendradas con la vida nos harán nacer y renacer tantas veces cuantas el pasado y el presente, en buena comunión, nos permitan crear un futuro lleno de vida, nos permitan engendrar nuevas ideas nacidas de diálogos que pueden parecer imposibles, vías alternativas que permitan ir más allá de la huella de lo preestablecido, solidaridades que inicialmente nos parecían impensables.

En la mía, en mi experiencia, en mi peregrinar cotidiano, la fe me hace agrandar diariamente la vida y la vida franciscana, mi vocación, me ofrece un horizonte tan amplio que estimula siempre una mirada nueva más lejos, nuevas perspectivas, nuevos objetivos que me/nos mantengan siempre en búsqueda, en camino.

Tener motivos
En algún lugar he leído una frase atribuida a Bárbara Sher que reza del siguiente modo: "la libertad es maravillosa. Pero también atormenta, porque nos exige crear nuestros propios objetivos". Cuando alguien se prepara para hacer el camino y comparte su decisión con otros, con otras, se despierta un diálogo confuso marcado por objeciones de unos, aprobación de otros, escepticismo de muchos... Diálogos interminables mientras uno no tiene claros los propios motivos, esas razones del corazón que generan tanta libertad y nos avocan a emprender la ruta por razones que nos hacen sentirnos vivos. Algunos temen la libertad que hay en ello, otros confían en ella, muchos permanecen indiferentes.

En la infancia de cada uno de nosotros, de nosotras también, está inscrito ese sentido que nos lleva a explorar nuevos mundos en aproximaciones sucesivas, que nos alejan paso a paso de nuestros progenitores, haciéndonos básicamente autónomos, facilitando que experimentemos el gozo de horizontes nuevos que nos llevan a reconocernos a nosotros mismos como seres libres. En esta experiencia humana la reacciones de los padres también son diversas y el resultado tan distinto.

En la mía, el diálogo me ha ayudado a reconocer y reconocerme en los auténticos motivos de mi humanidad en ruta; el evangelio los va trabajando "paseniño" y los va haciendo creativos, generadores de nueva ilusión y fortaleza; la vocación franciscana me enseña a ser solidario al compartirlos y, en este mismo hecho, multiplicarlos y también bendecirlos.

Afrontar retos
Los retos son como la seducción, despiertan y ponen en juego todos los sentidos; sentidos veraces que hacen veraz a nuestra razón y a nuestros motivos; sentidos que nos hacen ver las cosas como somos nosotros; sentidos funcionales que nos permiten sabernos vivos y lanzarnos a esos retos llenos de fortaleza y esperanza; sentidos reprobados, sentidos aceptados, sentidos contenidos, sentidos expresados, sentidos compartidos... sentidos que equilibran en justicia tantos recuerdos y tantos olvidos.

Las rutas del camino estimulan en los peregrinos y peregrinas cada uno de nuestros sentidos de tal manera que también hay confusiones, distorsiones, exageraciones durante la experiencia. Razones diluidas o silenciadas, errores en la percepción de esta aventura que es caminar como peregrinos, sensaciones espontáneas magnificadas que no permanecen en el tiempo ni superan las primeras pruebas de sentido. Sólo y sencillamente avanzar, crecer, por dentro y por fuerza, va poniendo cada experiencia en su sitio hasta alcanzar una experiencia llena de sentido.

En la mía, supongo que en la de todos, tantas cosas seducen los sentidos que sólo la marcha va poniendo en su sitio, mientras caminamos con pasión en la vida, en la fe, en la vocación de cada cual. En la palabra compartida con otras personas se va creando una nueva comunión que rompe las fronteras de los propios retos y abre horizontes diferentes plenos de deseo.

Descubrir la búsqueda
El obispo anglicano Harvey Cox escribió en 1916: "lo que con tantas ansias estamos buscando en otra parte, bien podría ser algo que siempre hemos tenido". La búsqueda es un intenso deseo que estamos llamados a descubrir para poder acertar en ella en lugar de pasarnos la vida dando bandazos de un lazo a otro, despersonalizados y carentes de orientación, de rumbo. En tantos ires y venires propios de la juventud, gastamos muchas de las fuerzas necesarias para cada día. La fuerza de la vida nos empuja a ello y se impone ordenar ese deseo vivo en la extensión completa del ser humano. Su fuerza rompe el "enroscamiento" sobre uno mismo y lo ensancha todo.

El camino cotidiano nos enseña el equilibrio más adaptativo entre desear y ser deseado, los trechos costosos nos ayudan a mirar dentro de nosotros mismos y purificar la deseabilidad que nos hace sentirnos amados, queridos, y nos laza a amar, a querer a otros, a otras, que comparten la vida a nuestro lado. Yo deseo llegar a la meta y esta búsqueda está dentro de mí; otros desean que yo llegue a la meta y esa búsqueda está dentro de ellos. En cualquier caso, es un motor para ambos que posibilita el encuentro humano.

En mis encuentros, como en los de todos, la conversación hace posible que un deseo compartido cree vida, amplíe la vida, desee la vida a todos, conocidos e ignotos, cercanos y lejanos, también a los indeseables de la tierra.

Aceptar la imperfección
Nuestros padres, nuestros maestros, nuestras religiones respectivas, en definitiva los sistemas sociales en los que vivimos nos adiestran para buscar la perfección arrastrándonos, muchas veces, a no hacer nada por miedo a cometer un error, que es el error más grande. Me parece que el problema más grande de los errores no es cometerlos, sino permanecer en ellos. La imperfección nos hace más humanos y solidarios con todos, hombres y mujeres que caminan codo con codo a nuestro lado, llenos de límites y virtudes que convivirán pacíficamente en cada uno, en cada una, hasta que lleguemos al máximo de nuestra plenitud en la vida presente. Bendita imperfección que nos permite tener amarres de realidad y calibrar bien nuestras fuerzas, correlacionando adecuadamente con nuestras expectativas y/o las expectativas que otros tienen sobre nosotros.

Lo hemos aprendido así y como todo lo aprendido se puede desaprender, ahí vamos dando pasos firmes que nos ayuden, muchas veces por ensayo-error, a aceptar nuestros propios límites, alejados de las vanidades omnipotentes que parecen ocultar la propia verdad. Cuando el camino, la vida, nos van haciendo adultos aprendemos el realismo y hacemos lo posible por mantener viva la esperanza en una conjugación justa de nuestros sentidos. Decía Charles Peguy"hay cosas que no se comprenden hasta que no se está definitivamente derrotado" y me parece cierto, y me parece que la imperfección, las derrotas, los fracasos nos permiten ampliar la tolerancia a la frustración, nos ayudan a aprender que el mundo no está divido en vencedores y perdedores, nos dan mesura para lo cotidiano y perspectiva para los plazos medios y largos de tiempo, nos permiten discernir sobre los mitos sobredimensionados de la persona humana todopoderosa y nos acercan un poquito más a Dios Encarnado, a Dios que hizo también la experiencia humana.

Como hombre no soy perfecto ni creo que esté llamado a serlo y así puedo compartirlo solidariamente con otros hombres y mujeres que lo perciben así o de otro modo; como creyente no soy perfecto ni creo que esté llamado a serlo, aunque sí creo que estoy llamado a ser pleno y creativo; como franciscano tampoco estoy llamado a una perfección susceptible de ser generada por la voluntad, por mi voluntad, sino a ser hijo de la creación y de la tierra, una tierra sostenible y compartida.

Hacer un compromiso (adulto)
No quisiera dejar pasar esta ocasión sin citar la sabiduría procedente de otras culturas, como la tunecina y a uno de sus presidentes de antaño, creo que por 1965, Habib ibn Alí Bourguiba: "un compromiso es revolucionario en cuanto abre el camino hacia el objetivo final". Por el camino ya aprendemos que esto requiere disciplina, esfuerzo, trabajo duro, resistencia, tolerancia a la frustración... y cada una de estas cosas nos hace adultos por el compromiso con unos valores y objetivos.

En el camino, poco a poco, nos vamos comprometiendo con la escucha de los demás, con la aceptación, con el silencio, con la espiritualidad que va más allá de la confesión religiosa; nos comprometemos con el cuidado de la tierra que nos sustenta; nos comprometemos solidariamente con el dolor del otro, de la otra, con sus dificultades, con sus motivos, con sus retos, con sus búsquedas, con sus imperfecciones, con sus compromisos... y los respetamos sin límites y, lo que es mejor, sin juicios...

La experiencia humana lo demuestra así, la experiencia creyente lo entiende así, el franciscanismo quiere vivirlo así.

Caminar en fraternidad
Deseo traer a colación una florecilla de la vida de San Francisco que hace de la libertad una máxima de vida. Me refiero a el encuentro con un "lobo", en Gubbio, fiero, acosador de personas y ganados, temido y maltratado por todos. Francisco de Asís, sin temor alguno, con grande libertad se acerca a él y arranca el cambio: al lobo le propone no atacar a nadie como norma y cuidar los ganados como compromiso; a las gentes del lugar les propone no maltratar al lobo que sólo está hambriento y proporcionarle la comida necesaria.

Caminar en fraternidad de iguales, requiere no temer al otro, a la otra, al diferente a mí; no mirarlo con miedo y prejuicio porque es distinto. En mis miedos, en mis prejuicios, en mi hostilidad sólo encuentran razones para el desencuentro y la ira. Caminar en fraternidad es un buen aprendizaje del camino, entenderte con todos aunque no manejes la lengua de cada uno, compartir los recursos en dar y recibir con humildad cuanto hemos recibido, mirar el rostro de los otros y en su alegría y su cansancio, en sus ánimos y desánimos, en sus ilusiones y fracasos, en sus esperanzas descubrir las mías hasta creer que es posible una fraternidad universal utópica que nos permita sentarnos a todos en la misma mesa, una mesa redonda como la tierra donde todos tienen cabida.

Los seres humanos somos hermanos, no lobos; los creyentes necesitamos participar de mesas y manteles diferentes de los nuestros; los franciscanos soñamos este sueño y lo compartimos para que se haga verdad en todas las rutas y caminos hasta la ancianidad.

Vivir en paz
Y al regresar a casa, por fin, vivir en paz. Ilusiones, retos, búsquedas, imperfecciones y compromisos en una armonía final que en la edad avanzada nos van haciendo contemplativos de una paz sin frontera, universal, abierta, sin distinción de razas ni lenguas, de credos ni costumbres:

Sobre todas las cumbres
reina la paz.
En toda la enramada
apenas sentirás
un hálito leve.
No turban las aves del bosque la quietud.
Espera, muy en breve
tendrás paz también tú...

Goethe.

Un paz encarnada, nacida como un don, crecida como una tarea, entregada como restitución a todos, a todas, a la tierra, a Dios... "paz en la tierra a los hombres y mujeres de buena voluntad" (Evangelio de san Lucas 11, 14).

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